Si hay algo que me gusta es una estética coqueta en cada rincón, en cada detalle de mi hogar. Me gusta cuidar las pequeñas cosas porque pienso que es un forma de querer y de mimar a los míos.
Por ejemplo, el momento de comer es sagrado para mi familia, como supongo que será para la tuya. Nos sentamos todos juntos alrededor de una mesa para comer y para ‘hablar’, para exponer cada uno, mayores y renacuajos, las cosas que nos han pasado en el día, las cosas que nos han hecho gracia, que nos preocupan, que nos entristecen y que nos apasionan. Suena a eslogan, pero es la pura realidad. Por eso, el momento de la comida es uno de esos grandes momentos que más me gusta cuidar: cuido el mantel, la vajilla, el orden y por supuesto la comida: un primer plato, un segundo y fruta. Que no siempre haya postre lo hace más apetitoso, por inesperado.
Me gusta preparar platos ricos, que gusten, en los que se pueda untar bien de pan… mmm. Por supuesto, no siempre salen bien, pero el interés y el esfuerzo siempre se ven recompensados. Mi nivel de cocina ahora no tiene nada que ver con el que tenía de recién casada, hace casi ya cinco años.
Y esta foto que os muestro, en absoluto preparada como os daréis cuenta al observar el entorno lleno de migas 🙂 fue un postre que improvisé con unas fresas que me sobraron y que se encontraban en un estado demasiado maduro. El proceso fue simple. Tuve una media hora macerando las fresas con el azúcar para que sacarán su mejor jugo, luego las batí y a continuación mezclé con nata montada. Si esta mezcla deliciosísima la presentas en un vaso de chupito con un copete de nata, el postre es muy digno de comerse también con los ojos, a que sí? 🙂
Qué rico Rocío!!! ;))
Sí! Estaba riquísimo!mmmmmmm 🙂