Todo empezó con mi reflexión cinéfila tras haber acabado de ver el último capítulo de El tiempo entre costuras. Pensé: “Preciosa la realización, el vestuario, los escenarios, la decoración, la música, pero los actores protagonistas… lamentables, primerizos, postizos, anodinos… ¿Alguna química entre ellos? Ninguna. ¿Te crees su personaje? En absoluto. Ya quisieran Sira Quiroga y Marcus Logan parecerse un poquito a Katherine Hepburn y Cary Grant. Al margen queda el flojo ‘gran’ mensaje que transmite la historia. Se trata de lo que podríamos llamar una preciosa serie ‘florero’, un deleite para la vista pero nada más. Y entonces no tardé en ver La fiera de mi niña.
Es de esas películas que no te cansas de ver. Personajes creíbles, divertidos, con una química perfecta entre ellos. Una comedia propia de una época, la de la Gran Depresión, una que exigía reírse del mundo a la vez que criticarlo. Tanto es así que se creó un género de cine, el de la Screwball comedy. Sus ingredientes, diálogos disparatados, alta sociedad, cambios de roles femeninos y masculinos, situaciones altamente ridículas y de fondo una crítica a los gustos excéntricos y cada vez menos tolerados de la alta clase social de la época.
En La fiera de mi niña nos encontramos con todos estos ingredientes pero en su máximo exponente. De principio a fin los disparatados diálogos se suceden sin descanso, la imposibilidad de entenderse de los dos protagonistas, David (C. Grant) y Susan (K. Hepburn), deja en continua tensión al espectador. Él es el torpe, al que le suceden las desdichas, el llevado-a-todas-partes por ella. Un leopardo es el causante del gran lío, un leopardo que se presenta como la mascota de la excéntrica tía de Susan. El lío en el que se meten se enreda más al final cuando acaban todos en la cárcel por la incompetencia del sheriff y sus torpes ayudantes. Cuando por fin parece que todo se ha arreglado, aparece la apoteósica escena final en la que el gran dinosaurio en el que está trabajando David, y por cuyo hueso se ha visto involucrado en el gran enredo de la historia, se derrumba por la aparición de Susan.
Las películas de los hermanos Marx también tienen muchos de estos ingredientes aunque con un estilo más propio. Y la genial Sucedió una noche, tan atemporal a pesar de haberse realizado en 1934, ha llegado a categorizarse como la primera Screwball Comedy. Ésta sin duda, os recomiendo verla, es para disfrutarla y partirse de risa con un increíblemente cómico Clark Gable.
Me despido con esta imagen de Susan en La fiera de mi niña. Semejante ‘bata’ llegó a lo más hondo de mi inspiración. Puede que un día…