Tenía unos 17 años cuando descubrí la película de Gigi. Me impactó tanto que la vi varias veces durante varios días. Tenía todo lo que me gustaba: el encanto de una película de los 50, Leslie Caron, Louis Jourdan, lujo, época pausada y tranquila, amor verdadero, la sonrisa y alegría de Maurice Chevalier y sobre todo a la maravillosa tía de Gigi interpretada por Isabel Jeans, esa tía que todas habríamos querido tener a esa edad, maestra del buen gusto, de la vida en la alta sociedad, conocedora al detalle de las joyas que una mujer debe llevar y no llevar, cómo hablar durante la comida sin dejar de comer pero sin comida en la boca y del comportamiento que toda chica decente debe procurar ante el amor.
Es una de esas películas que se torna cálida, acogedora para el espectador. Parece que es una ventana a la intimidad de una pequeña y modesta familia francesa compuesta por la madre soltera de Gigi, que casi ni aparece por casa, la abuela y la tía abuela de Gigi, verdaderas encargadas de su educación, y Gigi, una niña a punto de convertirse en mujer.
A Gigi parecen no importarle los consejos de su tía acerca del amor, la pose, el vestido, las joyas y comer codornices. Ella quiere jugar. Pero un día su querido amigo Gaston parece que puede convertirse en algo más. Aquí llega el punto álgido de la historia. Unas tías que quieren gestionar su paso de niña a mujer con correción, sin escándalos y con éxito.
Gaston es un hombre rico y bueno pero con una fama de mujeriego que debe quedar atrás para convertirse en el adecuado pretendiente de Gigi. Las tías consiguen hacer tomar en serio el asunto a Gaston, con lo que la historia acaba con un perfecto final feliz.
Pero lo bonito de la historia son los mil detalles que la adornan, las geniales conversaciones de unos con otros, a la altura de la novela en la que está basada la película, de la francesa Colette. Una novela que leí hace poco y que me encantó. Es corta e intimista. Recomendable.