Soy una firme defensora de no etiquetar a nadie. Creo firmemente en que las personas nos construimos cada día, que ayer dijimos A pero que hoy nos hemos dado cuenta de que es mejor B.
Una vez oí en una entrevista sobre redes sociales: “Las personas tenemos derecho a cambiar de opinión. ¿Por qué nos van a juzgar por lo que escribimos o dijimos ayer? Igual hemos recapacitado y no pensamos lo mismo”. Sin embargo, incluso nosotros mismos nos atamos a las cosas que decimos y nos dejamos influenciar por los calificativos que nos ponen los demás.
Creo que es un error altamente ligado al síndrome de Pigmalión, ese que modifica tu conducta en base a cómo te predefinen: “Eres un vago”. “Eres un desordenado” Estas sentencias te convierten en un vago y en un desordenado, sobre todo cuando han sido expuestas en la tierna edad de la infancia o adolescencia.
Tenemos que obligarnos a hablar en positivo, a formular mensajes esperanzadores a los demás, uno puede llegar a ser tan grande como se imagine. Como decían en ‘Regreso al futuro’: “Si te lo propones, puedes conseguirlo TODO”
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