Tenía curiosidad por leer a Truman Capote y ¿qué mejor comienzo que la novela que engendró una de las películas más icónicas del cine?
La lectura de Breakfast at Tiffany’s, que he de reconocer que se me hizo rápida y ligera, me causó gran decepción. En el terreno literario me decepcionan todas las historias que no consiguen hacer madurar al personaje principal. No me importa que me describan un personaje ‘caído’ o perdido, pero su evolución hacia la madurez, hacia la verdad de las cosas ha de ocurrir en algún momento, lo suficientemente tarde como para impactar al lector y lo suficientemente pronto como para recrearse en la nueva situación vital del protagonista.
Holly Golightly es una veinteañera afincada en un apartamento de Nueva York que se mantiene a costa de su atractivo para con los hombres quienes le dan 50 dolares para irse al tocador. También le ayuda la ingenua visita semanal que hace todos los jueves a la cárcel de Sing Sing a un preso mafioso, el cual le da el parte metereológico que tiene que hacer llegar a un abogado de Nueva York.
Holly es una mujer con ganas de vivir a lo loco como si no existiera un mañana y aunque a mitad de la historia parece que quiere establecerse y casarse con un hombre, la realidad es que lo hace pensando en su dinero. Y en cuanto fracasa esa opción, vuelve a sus andadas. Vida loca, rodeada de hombres y gustos extravagantes.
Y los personajes que la rodean, sólo se maravillan de su ser. No hay un solo personaje en la novela que quiera hacerla entrar en razón, sólo se recrean en su atractivo físico, en su encanto, su chic, su original manera de pensar, pero nadie le hace ver lo que significa amar, lo que significa renunciar a caprichos efímeros para conseguir bienes mayores y profundos.
Por eso, me quedo con la película dirigida por Blake Edwards. No se trata de buscar el final feliz, que en el caso de la película sí lo tiene, sino de aprender cosas que merezcan la pena a través de historias en las que personajes y espectadores/lectores descubren la verdad de la vida.